sábado, 20 de junio de 2020

Las tres cartas de Lope de Aguirre

Durante sus últimos meses de vida, Lope de Aguirre escribió tres cartas:

1- El 8 de agosto de 1561, desde la isla Margarita, dirigida al provincial dominico fray Francisco de Montesinos.
2- El 20 de setiembre de 1561, desde Borburata, dirigida al rey Felipe II. La más famosa de las tres.
3- El 22 de octubre de 1561, desde Barquisimeto, dirigida al gobernador Pablo Collado.

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CARTA Nº 1

"Al muy magnífico y muy reverendísimo fray Francisco Montesinos, provincial de la isla de Santo Domingo y capitán general de tierra firme de Maracapana.

Mi señor,

Muy
magnífico y muy reverendísimo señor,

Más quisiéramos hacer a Vuestra Paternidad el recibimiento con ramos y flores que con arcabuces ni tiros de artillería, por habernos dicho aquí muchas personas ser muy generoso en todo. Y cierto (ciertamente), por las obras lo hemos visto hoy en este día, ser más de lo que nos decían. Por ser tan amigo de las armas y ejercicio militar como lo es V.P., y así vemos que la cumbre de la virtud y la nobleza alcanzaron nuestros mayores con las espadas en la mano.

Yo no niego, ni menos todos estos señores que aquí están, que nos salimos del Perú para el rio Marañón a descubrir y poblar. De los cojos y de los sanos por los muchos trabajos que hemos pasado en el Perú. Y cierto, al hallar tierra por miserable que fuera, paráramos por dar descanso a estos tristes cuerpos que están con más costurones que ropas de romero (peregrino). Mas a falta de lo que digo y muchos trabajos que hemos pasado, hagan cuenta que vivimos de gracia (gratuitamente) según el rio y la mar. Y el hambre nos ha amenazado con la muerte. Y así, los que vinieren contra nosotros hagan cuenta que vienen a pelear contra los espíritus de los hombres muertos.

 Los soldados de V.P. nos llaman traidores. Débelos de castigar que no digan tal cosa, porque acometer a don Felipe Rey de Castilla no es sino de generosos y de gran ánimo. Porque si nosotros tuviéramos algunos oficios ruines, diéramos orden a la vida. Mas por nuestros hados solo sabemos hacer pelotas y amolar (sacar punta) lanzas, que es la moneda que acá corre. Si hay necesidad por allá de este menudo (tarea insignificante), todavía lo proveeremos.

Hacer entiendo a V.P. lo mucho que el Perú nos debe, y la mucha razón que tenemos para hacer lo que hacemos. Creo ser imposible, y a este efecto no diré aquí nada de ello.

Mañana, placiendo a Dios, enviaré a V.P. todos los traslados de los papeles que entre nosotros se han hecho, estando cada uno en su libertad como se estaban. Y esto dígolo en pensar qué descargo piensan dar esos señores que ahí están, que juraron a don Fernando de Guzmán por su rey. Y se desnaturalizaron de los reinos de España. Y se amotinaron y se alzaron con un pueblo, y en más que asesinando, usurparon la justicia
(magistrados que en nombre del rey hacían cumplir la ley) y los desarmaron a ellos  y a otros muchos particulares, y les robaron las haciendas.
 
Y además Alonso Arias, sargento de don Fernando, y Ricardo Gutiérrez su gentilhombre. De esos otros señores no hay para qué hacer cuenta, porque es chafalonía (inservible). Aunque de Arias tampoco la hiciera, si no fuese por ser entrenado oficial de hacer jarcia (red de pesca). Ricardo Gutiérrez hombre de bien es, si siempre no mirase al suelo, cierto, insignia de gran traidor.

Pues si acaso haya aportado un Gonzalo de Zúñiga, de Sevilla y cejijunto. Téngalo V.P. por un gentil chocarrero (quien dice chistes groseros), y sus mañas son éstas: él se halló con Álvaro de Hoyón en Popayán, en rebelión y alzamiento contra su rey, y al tiempo que iban a pelear dejó a su capitán y se huyó. Y ya que se escapó de ello, luego se halló en el Perú en la ciudad de San Miguel con fulano Silva, en motín, y robaron la caja del rey y mataron las justicias (magistrados). Y asimismo se huyó. Hombre es que mientras hay que comer es disciplinante, y al tiempo de la pelea siempre se huye, aunque sus firmas no pueden huir.

De solo un hombre me pesa porque no está aquí, y es Salguero, porque tenía muy gran necesidad de que nos guardara este ganado que lo entiende muy bien. A mi buen amigo Mimbreño, y a Antón Pérez y a Andrés Díaz les beso las manos. Y a Munguía y a Artiaga Dios los perdone, porque a estar ellos vivos tengo por imposible negarme a mí, cuya muerte y vida suplico a V.P. me haga saber.

Aunque también queríamos que todos fuésemos juntos siendo V.P. nuestro patriarca, porque después de creer en Dios, el que no es más que otro, no vale nada. Y no vaya V.P. a Santo Domingo, porque lo tenemos por cierto que le han de desposeer del trono en que está, y para eso cesar o nihil (nada).

La respuesta suplico a V.P. me escriba, y tratémonos bien y ande la guerra. Porque a los traidores Dios les dará la pena, y a los leales el rey los resucitará, aunque hasta ahora no veo ninguno resucitado. El rey, ni sana heridas ni da vidas.

Señor, la muy magnífica y muy reverendísima persona de V.P., guarde y en gran dignidad acreciente esta nuestra fortaleza de la Margarita. Hoy viernes, besa las manos a Vuestra Paternidad, servidor,

Lope de Aguirre."

(Rúbrica formada por las iniciales, cortesía y firma autógrafos). Cristóbal Galindo besa las manos al Señor, su hermano Alonso de Chaves.

 

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CARTA Nº 2

“Rey Felipe, natural español, hijo de Carlos, invencible:

Lope de Aguirre, tu mínimo vasallo, cristiano viejo, de medianos padres hidalgo, natural vascongado, en el reino de España, en la villa de Oñate vecino. En mi mocedad pasé el mar océano a las partes del Perú, por valer más con la lanza en la mano, y por cumplir con la deuda que debe todo hombre de bien. 

Y así, en veinte y cuatro años, te he hecho muchos servicios en el Perú en conquistas de indios, y en poblar pueblos en tu servicio, especialmente en batallas y reencuentros (choques entre tropas enemigas) que ha habido en tu nombre. Siempre conforme a mis fuerzas y posibilidad, sin importunar a tus oficiales por paga, como aparecerá por tus reales libros.

Bien creo, excelentísimo rey y señor, aunque para mí y mis compañeros no has sido tal, sino cruel e ingrato a tan buenos servicios como has recibido de nosotros. Aunque también bien creo que te deben de engañar los que te escriben de esta tierra, como están lejos.

Avísote, rey español, adonde cumple haya toda justicia y rectitud, para tan buenos vasallos como en estas tierras tienes. Aunque yo, por no poder sufrir más las crueldades que usan estos tus oidores (ministros togados que oían y sentenciaban los pleitos), virrey y gobernadores, he salido de hecho con mis compañeros, cuyos nombres después diré, de tu obediencia. Y desnaturalizándonos de nuestras tierras, que es España, y hacerte en estas partes la más cruda guerra que nuestras fuerzas pudieren sustentar y sufrir.

Y esto, cree, rey y señor, nos ha hecho hacer el no poder sufrir los grandes pechos (tributos que se pagaban al rey), premios y castigos injustos que nos dan estos tus ministros. Que por remediar a sus hijos y criados, nos han usurpado y robado nuestra fama, vida y honra. Que es lástima, ¡oh rey! y el mal tratamiento que se nos ha hecho.

Y así yo, cojo de mi pierna derecha, de dos arcabuzazos que me dieron en el valle de Chuquinga, con el mariscal Alonso de Alvarado, siguiendo tu voz y apellidándola (llamar a las armas) contra Francisco Hernández Girón, rebelde a tu servicio, como yo y mis compañeros al presente somos y seremos hasta la muerte. Porque ya de hecho, hemos alcanzado en este reino cuán cruel eres, y quebrantador de fe y palabra. Y así tenemos en esta tierra tus perdones por de menos crédito que los libros de Martín Lutero.

Pues tu virrey, marqués de Cañete, malo, lujurioso, ambicioso tirano, ahorcó a Martín de Robles, hombre señalado en tu servicio, y al bravoso Tomás Vázquez, conquistador del Perú. Y al triste de Alonso Díaz, que trabajó más en el descubrimiento de este reino que los exploradores de Moisés en el desierto. Y a Piedrahita, que rompió muchas batallas en tu servicio. Y aún en Lucara, ellos te dieron la victoria, porque si no se pasaran, hoy fuera Francisco Hernández rey del Perú.

Y no tengas en mucho el servicio que tus oidores te escriben haberte hecho. Porque es muy gran fábula si llaman servicio haberte gastado ochocientos mil pesos de tu real caja, para sus vicios y maldades. Castígalos como a malos, que de cierto lo son.

Mira, rey español, que no seas cruel a tus vasallos, ni ingrato. Pues estando tu padre y tú en los reinos de Castilla, sin ninguna zozobra, te han dado tus vasallos, a costa de su sangre y hacienda, tantos reinos y señoríos como estas partes tienen. Y mira rey y señor, que no puedes llevar con título de rey justo, ningún interés de estas partes donde no aventuraste nada, sin que primero los que en ello han trabajado sean gratificados.

Por cierto lo tengo que van pocos reyes al infierno, porque sois pocos. Que si muchos fueseis, ninguno podría ir al cielo. Porque creo allá seríais peores que Lucifer, según tenéis sed y hambre y ambición de hartaros de sangre humana. Mas no me maravillo ni hago caso de vosotros, pues os llamáis siempre menores de edad, y todo hombre inocente es loco; y vuestro gobierno es aire.

Y cierto, a Dios hago solemnemente voto, yo y mis doscientos arcabuceros marañones, conquistadores, hidalgos, de no te dejar ministro tuyo a vida, porque yo sé hasta dónde alcanza tu clemencia. Y el día de hoy nos hallamos los más bienaventurados de los nacidos, por estar como estamos en estas partes de Indias, teniendo la fe y mandamientos de Dios enteros. Y sin corrupción, como cristianos; manteniendo todo lo que manda la Santa Madre Iglesia de Roma. Y pretendemos, aunque pecadores en la vida, recibir martirio por los mandamientos de Dios.

A la salida que hicimos del río de las Amazonas, que se llama el Marañón, vi en una isla poblada de cristianos, que tiene por nombre la Margarita, unas relaciones que venían de España. Del gran cisma de luteranos que hay en ella, que nos pusieron temor y espanto. Pues aquí en nuestra compañía hubo un alemán, por su nombre Monteverde, y lo hice hacer pedazos. Los hados darán la paga a los cuerpos pero donde nosotros estuviéremos, cree, excelente príncipe, que cumple que todos vivan muy perfectamente en la fe de Cristo.

Especialmente es tan grande la disolución (relajación de vida y costumbres
) de los frailes en estas partes, que cierto, conviene que venga sobre ellos tu ira y castigo, porque ya no hay ninguno que presuma menos que de gobernador. Mira rey, no les creas lo que te dijeren, pues las lágrimas que allá echan delante de tu real persona, es para venir acá a mandar. 

Si quieres saber la vida que por acá tienen, es entender en mercaderías, procurar y adquirir bienes temporales, vender los sacramentos de la iglesia por precio; enemigos de pobres, incaritativos (que no ejercen la caridad), ambiciosos, glotones y soberbios; de manera que, por mínimo que sea un fraile, pretende mandar y gobernar todas estas tierras. Pon remedio, rey y señor, porque de estas cosas y malos ejemplos, no está imprimida (fijar en el ánimo algún afecto) ni fijada la fe en los naturales. Y más te digo, que si esta disolución (relajación) de estos frailes no se quita de aquí, no faltarán escándalos.

Aunque yo y mis compañeros, por la gran razón que tenemos, nos hayamos determinado de morir, de esto y otras cosas pasadas, singular rey, tú has sido causa. Por no te doler del trabajo de estos vasallos, y no mirar lo mucho que les debes. Que si tú no miras por ellos, y te descuidas con estos tus oidores, nunca se acertará el gobierno.

Por cierto, no hay para qué presentar testigos. Mas de avisarte cómo estos, tus oidores, tienen cada año cuatro mil pesos de salario y ocho mil de costa (gratificación que se solía dar, además del sueldo, al que ejercía algún cargo). Y al cabo de tres años, tienen cada uno setenta mil pesos ahorrados, y heredamientos y posesiones. Y con todo esto, si se contentasen con servirlos como hombres, medio mal y trabajo sería el nuestro; mas, por nuestros pecados, quieren que doquiera (dondequiera) que los topemos (hallar a alguien casualmente), nos hinquemos de rodillas y los adoremos como a Nabucodonosor. Cosa, cierto, insufrible.

Y yo, como hombre que estoy lastimado y manco de mis miembros en tu servicio, y mis compañeros viejos y cansados en lo mismo, nunca te he de dejar de avisar, que no fíes en estos letrados tu real conciencia. Que no cumple a tu real servicio descuidarte con estos, que se les va todo el tiempo en casar hijos e hijas, y no entienden en otra cosa. Y su refrán entre ellos, y muy común, es: "A tuerto y a derecho (sin consideración ni reflexión), nuestra casa hasta el techo."

Pues los frailes, a ningún indio pobre quieren absolver ni predicar; y están aposentados en los mejores repartimientos (casas y heredades) del Perú. Y la vida que tienen es áspera y peligrosa, porque cada uno de ellos tiene por penitencia en sus cocinas una docena de mozas, y no muy viejas. Y otros tantos muchachos que les vayan a pescar, a matar perdices y a traer fruta. Todo el repartimiento tienen que hacer con ellos, que en fe de cristianos, te juro, rey y señor, que si no pones remedio en las maldades de esta tierra, que te ha de venir azote del cielo. Y esto dígolo por avisarte de la verdad, aunque yo y mis compañeros no queremos ni esperamos de ti misericordia.

¡Ay! qué lástima tan grande que, César y Emperador, tu padre conquistase con la fuerza de España la soberbia Germania. Y gastase tanta moneda, llevada de estas Indias descubiertas por nosotros, que no te duelas de nuestra vejez y cansancio, siquiera para matarnos la hambre un día. Sabes que vemos en estas partes, excelente rey y señor, que conquistaste a Alemania con armas, y Alemania ha conquistado a España con vicios. De que cierto, nos hallamos acá más contentos con maíz y agua, sólo por estar apartados de tan mala ironía, que los que en ella han caído pueden estar con sus regalos.

Anden las guerras por donde anduvieron, pues para los hombres se hicieron. Mas en ningún tiempo, ni por adversidad que nos venga, no dejaremos de ser sujetos y obedientes a los preceptos de la Santa Madre Iglesia Romana.

No podemos creer, excelente rey y señor, que tú seas cruel para tan buenos vasallos como en estas partes tienes. Sino que estos tus malos oidores y ministros, lo deben hacer sin tu consentimiento. Dígolo, excelente rey y señor, porque en la ciudad de Los Reyes, a dos leguas de ella, junto a la mar, se descubrió una laguna donde se cría algún pescado, que Dios lo permitió que fuese así. Y estos tus malos oidores y oficiales de tu real patrimonio, por aprovecharse del pescado, como lo hacen para sus regalos y vicios, la arriendan en tu nombre. Dándonos a entender como si fuésemos inhábiles (faltos de talento), que es por tu voluntad.

Si ello es así déjanos, señor, pescar algún pescado siquiera, pues que trabajamos en descubrirlo. Porque el rey de Castilla no tiene necesidad de cuatrocientos pesos, que es la cantidad por que se arrienda. Y pues, esclarecido (iluminado) rey, no pedimos mercedes en Córdoba, ni en Valladolid, ni en toda España, que es tu patrimonio. Duélete señor, de alimentar a los pobres cansados en los frutos y réditos de esta tierra. Y mira, rey y señor, que hay Dios para todos, igual justicia. Premio, paraíso e infierno.

En el año de cincuenta y nueve, dio el Marqués de Cañete la jornada del río de las Amazonas a Pedro de Ursúa, navarro, y por decir verdad, francés. Y tardó en hacer navíos hasta el año de sesenta, en la provincia de los motilones, que es término del Perú. Y porque los indios andan rapados a navaja (corte de pelo en forma de casquete alrededor de la cabeza), se llaman motilones. Aunque estos navíos, por ser la tierra donde se hicieron lluviosa, al tiempo de echarlos al agua se nos quebraron los más de ellos. E hicimos balsas, y dejamos los caballos y haciendas (conjunto de bienes que alguien tiene), y nos echamos río abajo, con harto riesgo de nuestras personas. Y luego topamos los más poderosísimos ríos del Perú, de manera que nos vimos en golfo-duce (agua dulce). Caminamos de prima faz (a primera vista) trescientas leguas, desde el embarcadero donde nos embarcamos la primera vez.


Fue este gobernador tan perverso, ambicioso y miserable, que no lo pudimos sufrir. Y así, por ser imposible relatar sus maldades, y por tenerme por parte en mi caso, como me tendrás, excelente rey y señor, no diré cosa más que le matamos. Muerte, cierto, bien breve. Y luego a un mancebo, caballero de Sevilla, que se llamaba D. Fernando de Guzmán, lo alzamos por nuestro rey y lo juramos por tal. Como tu real persona verá por las firmas de todos los que en ello nos hallamos, que quedan en la isla Margarita en estas Indias.

Y a mí me nombraron por su maese de campo. Y porque no consentí sus insultos y maldades, me quisieron matar. Y yo maté al nuevo rey y al capitán de su guardia, y al teniente general, y a cuatro capitanes, y a su mayordomo, y a su capellán, clérigo de misa, y a una mujer de la liga (coalición) contra mí, y a un comendador de Rodas, y a un almirante y dos alféreces, y a otros cinco o seis aliados suyos.

Y con intención de llevar la guerra adelante y morir en ella, por las muchas crueldades que tus ministros usan con nosotros, nombré de nuevo capitanes y sargento mayor. Y me quisieron matar, y yo los ahorqué a todos. 
 
Y caminando (siguiendo el curso) nuestra derrota (rumbo que llevan las embarcaciones), pasando todas estas muertes y malas venturas en este río Marañón, tardamos hasta la boca de él y hasta la mar más de diez meses y medio. Caminamos cien jornadas justas. Anduvimos mil quinientas leguas. Es río grande y temeroso: tiene de boca ochenta leguas de agua dulce, y no como dicen. Por muchos brazos tiene grandes bajos (corrientes de agua), y ochocientas leguas de desierto (lugar inhabitado) sin género de poblado, como tu majestad lo verá por una relación (informe) que hemos hecho, bien verdadera. En la derrota que corrimos (seguir el curso del río), tiene seis mil islas. ¡Sabe Dios cómo nos escapamos de este lago tan temeroso!

Avísote, rey y señor, no proveas ni consientas que se haga alguna armada para este río tan mal afortunado, porque en fe de cristiano te juro, rey y señor, que si vinieren cien mil hombres, ninguno escape. Porque la relación es falsa, y no hay en el río otra cosa que desesperar, especialmente para los chapetones (bisoños) de España.

Los capitanes y oficiales que al presente llevo y prometen morir en esta demanda como hombres lastimados, son: Juan Gerónimo de Espíndola, genovés, capitán de infantería. Los dos andaluces; capitán de a caballo Diego Tirado, andaluz, que tus oidores, rey y señor, le quitaron con grande agravio (ofensa a la fama o al honor) indios que había ganado con su lanza, y el capitán de mi guardia Roberto de Coca. Y el alférez Nuño Hernández, valenciano. Juan López de Ayala, de Cuenca, nuestro pagador. Alférez general Blas Gutiérrez, conquistador, de veinte y siete años, natural de Sevilla. Custodio Hernández, alférez, portugués. Diego de Torres, alférez, navarro. Sargento Pedro Rodríguez Viso. Diego de Figueroa. Cristóbal de Rivas, conquistador. Pedro de Rojas, andaluz. Juan de Salcedo, alférez de a caballo. Bartolomé Sánchez Paniagua, nuestro barrachel (jefe de alguaciles). Diego Sánchez Bilbao, nuestro pagador.

Y otros muchos hidalgos de esta liga ruegan a Dios Nuestro Señor, te aumente siempre en bien y ensalce en prosperidad contra el turco y franceses y todos los demás, que en estas partes te quisieran hacer guerra. Y en estas, nos dé Dios gracia que podamos alcanzar con nuestras armas el precio que se nos debe, pues nos han negado lo que de derecho se nos debía.


Hijo de fieles vasallos en tierra vascongada, y rebelde hasta la muerte por tu ingratitud,

Lope de Aguirre, el Peregrino."



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CARTA Nº 3

"Muy magnífico señor,
 

Una carta de Vuestra Merced recibí, y merced muy grande por los perdones y ofrecimientos que por ella me promete. Aunque yo, al presente y en artículo (próximo) de la muerte y después de muerto, aborrezco el tal perdón del rey.

Y aún su merced me es odiosa, cuanto más los perdones de V.M. no llegan al primer nublado (desahogo), si ello fuera enojo particular o de servicio que yo hubiera hecho a V.M. Pareciera que nos pudiéramos conchabar (ponerse de acuerdo). No hay para qué tratar en esto, pues es niñería (hecho de poca entidad). Y pues yo no soy hombre que he de tomar atrás de lo que con tanta razón comencé, especialmente siendo mortal como soy.

Dice V.M. que mil vidas perderá en servicio de su rey. Guarde V.M. una sola, bien que si ésta pierde el rey no lo resentirá. Bien es que se cumpla con el mundo, y también es menester mirar por la salud. V.M. tiene mucha razón de servir al rey, pues a costa del sudor de tanto hidalgo y sin ningún trabajo, anda comiendo del sudor de los pobres. De eso y otras cosas de su suerte que el rey hace, recibe Dios grandes servicios. Que venga V.M. con dos nominativos (título a nombre de alguien) a poner leyes a los hombres de bien. 
 
No me trate de perdones porque mejor que V.M. sé lo que puede perdonar. Pues el rey al cabo de nueve años ahorcó al buen Martin de Robles. Y al bravoso Tomás Vázquez. Y a Antonio Díaz, conquistador. Y a Piedrahita. Con sus perdones al cuello los ahorcó. Malditos sean todos los hombres chicos y grandes, pues consienten entrar un bachiller (persona instruida) donde ellos trabajaron, y no matarlos a todos pues son causa de tantos males.

V.M. mande que me provean de lo que he de comer, y venga una hora a hablar con nosotros. Que bien seguro puede venir, más que ninguno de nosotros a donde está V.M. Y esto sea con brevedad, porque voto a Dios de no dejar en esta tierra cosa que viva sea.

Y no piense V.M. de espantarme con el servicio que dice ha de hacer a su rey. Los menores de los que vienen aquí, que son de dieciocho años, le han hecho más servicios que V.M. aunque viva mil años le puede hacer. Cuanto más, nosotros que estamos mancos y cojos por servirlo, y pues V.M. ha roto la guerra, apriete bien los puños que aquí le daremos harto (mucho) que hacer, porque somos gente que deseamos poco vivir.

La desgracia que ha sucedido de la iglesia me pesa mortalmente. Todos los ornamentos están aquí, y no falta ninguna cosa. Que parece que saltó una centella de lejos. Mas la desgracia ha sucedido. Igual lo pagaremos de manera que se haga mejor que estaba, con oro, plata y ropa.

Y por caridad nos provea la comida, donde no sea necesario ir a buscarla a ese raso (campo descubierto) donde nos amenazan. Y Dios nuestro señor guarde y aumente la muy magnífica persona de V.M., como V.M. desee.

De este pueblo, hoy miércoles a mediodía, besa las manos de V.M. su servidor,

Lope de Aguirre.

V.M. me haga merced de mandar que me vuelvan tres yeguas que me han tomado (hurtado) y un potro overo (color melocotón). Y en esto se nos haga gran merced. Y si no, todo será detenernos por acá hasta que V.M. se rehaga en El Tocuyo.

Al muy magnífico gobernador, el licenciado Pablo Collado, mi señor."

(Archivo de Indias, Sevilla. Justicia. Audiencia de Santo Domingo. Residencia hecha a Pablo Collado. Estante 47, cajón 3, legajo 44/1.)

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